Así se pasan los días; alternando el orden de acuerdo a su función.
Así fluyen los pesares y la insatisfacción.
Así mato a mi cuerpo lentamente al unísono de la ansiedad.
La ceniza se bate en las partículas de aire.
Los segundos a la espera se despiden cuando baja el amanecer.
Y los asientos en la taza caen por el lavaplatos.
Todo se consume, se extingue, se va; menos las memorias.
¿Cómo se despiden las memorias?
¿Cuándo es hora de decirles adiós?
¿En el caos?
¿En el desconcierto?
¿En el reclamo taciturno?
¿En la inconstancia de la estabilidad?
Lamento decirte querida; que las memorias no se van.
Las memorias se aferran a tu piel.
La oscurecen y la agrietan.
Pigmentan la parte inferior de los ojos.
Constriñen la frente y las laderas de la boca.
Trituran los labios.
Y oprimen los hombros.
Los cigarros, las horas muertas y el café son tan solo dopamina.
Son placebos para aletargar su aceptación.
Porque, sí, las memorias no se irán.
Aprenderás a integrarlas a tu caminar.
Aprenderás a inhalarlas con naturalidad.
Estarán ahí para dar continuidad.
Pero las memorias no se irán.
No pierdas fuerza ni aliento por alejarlas.
No desgastes los músculos.
No desgastes tu paz.
Sólo ten presente que no puedes permitir que se vuelvan una droga, como todo lo demás.